lunes, 16 de septiembre de 2024

D

 Fue un martes a finales de febrero, frío pero soleado, cercano a la primavera. Mi padre vino a pasar el día a Madrid y fuimos de museos.

Estuvimos toda la mañana en el Prado y comimos allí. Al salir, pasando por la Plaza de la Lealtad, te envié una foto del edificio donde están tus oficinas. Solo la foto del edificio y un emoji de una manito que se agitaba saludando. A los pocos segundos mi objetivo se había cumplido: de manera instantánea me proponías tomar un café, en un rato, en un hueco que tenías entre varias reuniones. 

Después de varios mensajes quedamos en vernos a las seis, abajo, en la puerta de tu edificio. Mi padre y yo pasamos la tarde en Recoletos viendo una exposición de Chagall; después, lo acompañé a la boca de metro de Antón Martín para que llegara a Chamartín, de donde salía su AVE.

Bajé andando por la calle del Leon hasta el Congreso, crucé el Paseo Del Prado, con manifestación incluida, pasé por al lado del Ritz y te esperé en la puerta. Hacía frío, esperé media hora en la calle porque tu reunión se alargó; entonces empezaste a enviarme mensajes pidiéndome perdón y disculpándote de mil maneras diferentes. Mientras tanto me entretenía observando los diferentes tipos de chicos que bajaban del edificio y algunas mujeres, todos desprendían una energía muy fuerte que transmitía poder y seguridad.

La espera mereció la pena. Nunca olvidaré el momento en el que te vi bajar, salir del edificio, guapísimo con tu ropa de inversor. Tengo ese momento grabado a fuego en mi cabeza. 

Cuando bajaste yo estaba al teléfono, había aprovechado para hacer algunas llamadas. Te pedía perdón por gestos. Entonces te llamaron a ti y a los segundos yo colgué «No sé cuántos millones de euros, bla bla bla, fondos indexados… Bla bla bla… Quedamos el martes y lo cerramos… Bla bla bla.» Fuimos a una cafetería cerca, en una calle que llega al Retiro; y por el camino me preguntaba qué hacía allí contigo, cómo había llegado a esa situación, me preguntaba si todo eso tenía algún sentido. 

Tomamos un café manteniendo una conversación un poco torpe, digamos que a ti no se te da muy bien conversar y yo estaba ligeramente nerviosa y tensa por la situación: era la primera vez que quedábamos los dos solos.

Raro, cómodo, un poco aburrido a ratos, un poco lento, caótico… ¿bien?


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